sábado, 4 de agosto de 2012

"No quiero que mi padre esté en una fosa común como un bandolero"

Gualchos acogió ayer la exhumación de los cadáveres de once ejecutados en 1947 · La Asociación de Memoria Histórica ha colaborado en el proceso

ROSA FERNÁNDEZ / MOTRIL | ACTUALIZADO 04.08.2012 - 01:00
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"Rubia, no llores bonica, que a tu padre no le va a pasar nada". Es la frase que le dijo un guardia civil a Encarnación García, mientras la aupaba en brazos para poder dar un beso a su padre y despedirse de él cuando se lo llevaban arrestado con las manos atadas. El inolvidable episodio ocurrió hace 65 años, sin embargo, ayer todos los recuerdos se removían en Gualchos, al igual que la tierra que excarvaban los arqueólogos en el cementerio de la localidad costera. 

La Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica presentó un proyecto en el año 2010 para ayudar a Encarnación y a otros familiares a localizar los restos de sus allegados desaparecidos en la Guerra Civil. En 2011 fue concedido por el Gobierno de España y a primeros de este año se libró el dinero, en concreto 45.800 euros con los que se financia esta labor y otra que posteriormente se realizará en Pinos Valle. Así pues, los trabajos comenzaron hace un mes. 

Después de cinco catas, el equipo arqueológico de la Universidad de Granada encontró esta semana el lugar exacto de localización de los cuerpos, tras una ardua tarea por encargo del colectivo. Posteriormente, empezaron la recogida de los restos óseos que permitirán identificar e individualizar a cada uno de los once ejecutados. 

Ayer llegaba la esperada fecha de la exhumación del cadáver del padre de Encarnación, que mientras miraba el trabajo de los profesionales no podía alejar de su mente aquella mañana del 31 de julio de 1947, en la que se llevaron preso a Emilio García Sabio, al que ya no volvió a ver con vida. Tenía entonces 7 años. "Estaba con mis otros tres hermanos comiendo melón y sandía que nos daba papá en el cortijo de Los Tablones de Motril, cuando vinieron para llevárselo". "Golpearon con una culata a mi hermano mayor de 13 años al tratar de impedirlo, y amenazaron a mi abuela, que fue a dar agua a su hijo, con apresarla a ella si no se iba". Y continuó la hoy septagenaria: "Reunieron en un haza a once personas en el cortijo El Colorao para después trasladarles al castillo de Carchuna, y luego fueron conducidos al cruce de la carretera entre Gualchos y Lújar, donde esa misma noche de madrugada fueron ejecutados", relató con una emoción que no ha aminorado el paso de los años. 

Los restos fueron transportados por "bestias" hasta el cementerio de Gualchos, donde fueron arrastrados y arrojados a una fosa común, añadieron los presentes en la exhumación. 

El historiador José María Azuaga, que ha investigado los hechos, explica que las ejecuciones fueron consecuencia de un encuentro entre guerrilleros y la Guardia Civil, en el que fallecieron tres milicianos y un teniente del instituto armado. 

Ernesto Rosales, portavoz de la asociación, destacó las dos vertientes que rodean a las exhumaciones que se están realizando. "Desde un lado humano, poder satisfacer las necesidades de las familias, y desde el punto de vista histórico, es necesario depurar unos hechos que no se pueden mantener en un ambiente democrático". Por su parte, para Encarnación se trata de "la lucha de su vida: esclarecer la verdad". 

En 1977, con la instauración de la democracia en España, los familiares colocaron en Gualchos una lápida que reproduce los nombres de todos los fusilados, salvo uno al que describieron como "y un desconocido". Después de 35 años de aquella inscripción, se sabe que aquel hombre era el de Antonio Fernández Ayllón. Su hija, Rosa, tenía entonces sólo 2 años y no recuerda nada. Su madre desapareció y un hermano de su padre la recogió y se la llevó a Barcelona, pero siempre se preguntó qué fue de su padre. De pequeña le respondían que murió en la guerra, pero ella sabía que no podía ser cierto, si ella había nacido en1945. 

Con el apoyo de su marido y de sus hijos, emprendió una lucha por descubrir cómo falleció su progenitor. "Llevo más de 20 años removiendo papeles" y con la ayuda de la asociación y sobre todo de Encarnación, a la que considera como "una hermana", han conseguido ubicar los restos de su ascendiente. Rosa espera poder llevarlo con ella a la capital catalana y darle un entierro "como se merece". Además quiere que "esté en un nicho y tener un certificado de defunción como todo el mundo, y no en una fosa común como un bandolero", tal y como fueron calificados en las crónica de la época.

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