domingo, 21 de octubre de 2012

Francisco Etxeberria: ´Cada fosa que se abre consolida la democracia´

"Era conocido por Víctor Jara; ahora lo soy por el ´caso Bretón´, pero puede ocurrir que dentro de tres años lo sea por un error", afirma el profesor titular de Medicina legal y forense de la Universidad vasca


Francisco Etxeberria: ´Cada fosa que se abre consolida la democracia´
Francisco Etxeberria: ´Cada fosa que se abre consolida la democracia´ 
TERESA DOMÍNGUEZEl profesor Francisco Etxeberria se ha ganado su prestigio profesional como médico forense y antropólogo a pulso, muchas investigaciones avalan su trayectoria. Ha saltado a las portadas de los medios de comunicación por ser el forense que recondujo el caso Bretón con el análisis de los huesos de los niños de Córdoba. Exteberria es, sin embargo, mucho más que eso: lleva años liderando las exhumaciones de las fosas de la Guerra Civil y ha contribuido a esclarecer casos como el de los etarras Lasa y Zabala o las muertes de Víctor Jara o Salvador Allende.
–EL ADN se ha convertido en el nuevo lucero, incluso dios, para la Justicia. ¿Es tan difícil una condena sin su omnipresencia?
–No, en absoluto. El ADN es muy poderoso cuando te incrimina, pero en el caso de los niños de Córdoba, por ejemplo, no incrimina más a quien ha cometido el delito. Cuando el autor niega haber estado en el lugar o niega una agresión sexual, si encontramos restos biológicos suyos en la escena o en la víctima, está perdido. Aquí, en caso de que se obtuviera ADN de los restos esqueléticos de los niños, no hay una mayor incriminación del padre, porque él admite que estuvo ese día en la finca y que la hoguera la hizo él. Lo que haría es determinar con expresión matemática que son esos niños, pero ya sabemos que sí lo son: los restos pertenecen a dos homínidos de sus edades, dos y seis años; desaparecieron esa tarde, en la que está documentada la hoguera porque fue vista hasta a 33 kilómetros de distancia de lo grande que era; en esa hoguera hay más elementos, como el botón metálico o el trozo de tela; no había ni un solo hueso de animal entre la cenizas; y obviamente no son restos de un cementerio que alguien ha ido a quemar allí. Así que, ¿de quién van a ser? Para que se entienda, si los niños hubiesen aparecido ahogados en un pozo, podría surgir la duda de si fue un accidente, pero incinerados, porque ese fuego se hizo arder a más de 650 grados durante horas, con mucho acelerante y mucha madera, no cabe la menor duda.
–¿Y no cree, que, en general, la prueba genética está sobrevalorada? Da la sensación de que el resto de evidencias e indicios, de que la labor investigadora ha pasado a un segundo plano€
–El ADN es una prueba muy poderosa que, al contrario de cualquier otra prueba forense, se expresa matemáticamente. Cuando un odontólogo forense establece la identidad de un cadáver a partir de su ficha dental, hace un acercamiento a la verdad porque todo encaja, no hay nada que no le coincida, y explica esas coincidencias en su informe, pero sin lenguaje matemático. Eso mismo, en ADN, se plasma con expresión matemática y estadística, y eso es deslumbrante. No tiene que ver con la magia del ADN interno, sino con el uso de las matemáticas. No sólo son informes sustentados en la técnica científica, sino que están refrendados por la apariencia matemática. Y hablan en términos irrebatibles: no es, al 100%; sí es, al 99,98%. ¿Quién va a negar eso? Es una herramienta poderosísima que aún dará mucho más de sí. Las técnicas de extracción del ADN están mejorando tanto y a tal velocidad, que donde antes necesitabas una muestra bien grande, ahora casi puedes obtenerlo a partir de un estornudo.
–¿Le molesta ser más conocido por el caso Bretón que por sus años al servicio de la recuperación de la memoria colectiva española?
–No. Yo era conocido en otro tiempo por otras cuestiones y ahora me toca serlo por el caso Bretón, que tiene un impacto mediático a lo mejor superior. Yo participé en Chile en la investigación de la muerte de Víctor Jara, que puede tener importancia para media Humanidad, no sólo para los españoles, porque era un cantante popular, de una ideología concreta y porque ha dejado para la posteridad un legado que nos puede seguir emocionando. Víctor Jara murió asesinado de varios disparos y le rompieron más de 50 huesos. A lo mejor yo era más conocido por aquello que por esto. Y también puedo volver a ser conocido dentro de tres años porque me equivoque en un caso y eso me lleve a un gran desprestigio profesional. También puede ocurrir€
–¿Considera sano que un país no sea capaz de sepultar a todos sus muertos? ¿Qué le diría a quienes opinan que poner nombre a los cadáveres de una represión es tener ganas de remover el pasado?
–Si se prestan y me dejan quince minutos de su tiempo, estoy preparado para convencer razonablemente a quienes están en contra de las exhumaciones de la Guerra Civil española de que ese asunto encierra tal cantidad de contenidos de derechos humanos y sirve para reforzar la democracia de tal manera, que sus valores pedagógicos superan con creces esa frase hecha de que esto divide a los ciudadanos o reabre heridas; eso es de una simpleza fenomenal. Cada vez tengo más claro que ahí se encierran una serie de valores muy útiles, porque la tragedia de nuestros padres nos sirve hoy para consolidar valores democráticos, para construir más democracia cada día. Cada fosa que se abre, cada resto que se entrega, cada homenaje que se hace, consolida valores democráticos hoy. Esto debería verse con naturalidad. Si hay gente que está en desacuerdo, que se identifique.
–Hay quien se aferra a que es una cuestión política...
–¿Que hay una reivindicación política detrás? ¡Naturalmente! Hay gente que te dice: ´Ustedes están abriendo ahora las fosas por una cuestión política´. Y yo les contesto: el no abrirlas durante todo este tiempo fue por una cuestión política, no por falta de infraestructuras o de medios. ¡Claro que detrás de las exhumaciones hay también una razón política, pero nuestro trabajo es objetivo y científico! ¿Cómo puedes pretender investigar las fosas de Libia hoy y decir que no se pueden recuperar los restos de una fosa clandestina en tu pueblo donde está enterrado el padre de tu amigo, con el que has ido al colegio toda la vida, y que fue injustamente asesinado? En esto, de verdad, cada vez tengo las cosas más claras.
–En Alemania, por ejemplo, han hecho una auténtica catarsis pública a partir de la exhibición y el análisis hasta de las cloacas más recónditas del nazismo, y a nadie se le ocurre negar el derecho de las víctimas, ni el pasado€
–Eso nos dicen también los periodistas alemanes que vienen aquí: ´Ustedes no quieren reflexionar sobre lo que realmente ocurrió en este país´. Y te cuenta alguno, por ejemplo, que su tío fue nazi y que se pregunta cómo pudo llegar a pensar así o cómo pudo participar en aquello. Sin embargo, vienes aquí y la respuesta es que no preguntes€
–¿Alguna vez han rechazado alguna de sus verdades periciales por incómoda?
–Sí, en algunos casos de malos tratos y de torturas.
–¿En qué casos? ¿En el de Lasa y Zabala, por ejemplo?
–No, precisamente en ese caso prosperó porque era también muy contundente, muy demostrativo, tanto que no se podía esconder por más tiempo. Eran otros casos de torturas, en los que yo tengo el convencimiento de que esa persona fue tratada abusivamente. Y yo no tolero que en el siglo XXI y con mis impuestos haya funcionarios públicos que se sobrepasen. Me supera, qué le vamos a hacer... Será porque estoy influido por los jesuitas o será porque me interesa la criminología, pero es intolerable que esto ocurra.
–¿Se refiere a casos recientes?
–No, son de hace ya unos años, pero a mí me tocaron bastantes casos de estos. Algunos de los asuntos sirvieron para condenar a policías, pero en otros yo no fui suficientemente demostrativo y el tribunal no apreció mi opinión, así que mi verdad pericial no prosperó. Son las reglas del juego.
–Pero, ¿fue solo porque resultaba incómoda esa verdad pericial?
–Sí, claro. Si el que hubiera causado el daño aquél en el detenido hubiera sido un policía de cualquier otro país del mundo, nadie habría
dudado en condenarle. Nadie duda hoy aquí de que en Chile o en Argentina, o en otros países, hubo torturas y malos tratos por parte de la policía. Hay mecanismos internos correctores para evitar esas malas acciones; para eso están los jefes, para decirle a quien lo hace: ´Mire, esto no puede volver a ocurrir, ¿entiende?´. Pero cuando ves que esto no se da, que no hay esa protesta enérgica para enmendar ese tipo de actitudes, supone un enorme perjuicio para la sociedad del siglo XXI.
–Usted ha trabajado codo con codo con Baltasar Garzón. ¿Considera justa la justicia que le ha sido aplicada?
–No, no ha sido justa, por supuesto que no. A Garzón no le ha querido ayudar nadie, se le ha dicho: ´Esta vez, te aguantas´. Es un asunto que probablemente en otro contexto se habría resuelto de otra manera. Y le han dejado solo, unos y otros. Además, se produce la paradoja de que en otros lugares del mundo, porque Garzón es muy conocido fuera de España, esto no se entiende, resulta incomprensible lo que le ha sucedido. ¿Cómo puede ser que lo hayan hecho desaparecer por completo de la carrera judicial?
–¿Su gran crimen ha sido estar del lado de la memoria histórica?
–Su gran crimen ha sido dar amparo a los desamparados, que eran personas que le estaban tocando la puerta y el corazón cuando estaban diciéndole: ´Oiga, mire, yo soy víctima de una injusticia. Mi padre está enterrado en una fosa aquí, enfrente del juzgado, y creo que esto se debería estudiar´. Cuando Garzón se declara competente, algo que nadie quería hacer y que él hace porque cree que tenía alguna responsabilidad, se le echa encima toda la clase política española.
–¿Qué opinión le merecen series como Bones, por ejemplo? ¿Son pura ficción o una realidad?
–Creo que son muy valiosas, aunque mis compañeros forenses están en desacuerdo, porque dicen que exageran mucho. Hombre, exagerar, se exagera en cualquier película. Es más, se exagera mucho menos en este tipo de series que en muchas películas. Están bien porque tienen ese valor didáctico que sirve para hacer comprender que, por muy grave y enrevesado que sea el delito y por muy criminal que sea el delincuente, merece ser gestionado y resuelto desde el sentido común, la racionalidad y la ciencia. Se acabaron los empujones, gritos, tortazos, tiros y peleas para resolver un crimen. Me satisface mucho cuando en la serie Bones se le dice al criminal: ´Usted es sospechoso, pero tranquilo, váyase a su casa, que yo ahora voy a trabajar al laboratorio y no se preocupe, que ya iré a por usted´. Y a los cuatro días van a por él y le derrotan con la carga indiscutible de las pruebas obtenidas desde ese trabajo racional.
–¿Realmente se pueden saber tantas cosas a partir de unos pocos huesos?
–No siempre, claro. Ellos exhiben los ejemplos que son perfectamente redondos; para eso es una serie. Pero se puede obtener muchísima información aquí y ahora. La única diferencia es que cuando la policía española entra en la escena de un crimen, en una habitación, lo primero que hace es encender la luz, como haría cualquier humano sensato que quiere ver, y en Bones o en otras, no; ellos entran con linternas, cruzándose los haces... Que a veces piensas: ´¡Vaya tontada! ¿No será que estos quieren anunciar alguna marca de pilas como apoyo comercial a la serie?´. Esa es la única diferencia. Por lo demás, el camino está perfectamente orientado.
–¿Durante cuánto tiempo puede almacenar un cadáver las claves sobre quién o qué lo mató?
Depende. En el caso de Salvador Allende, por ejemplo, murió en 1973 y todavía hoy es posible analizar residuos de disparos y lesiones traumáticas, y conociendo el contexto y la evidencia física, en este caso esquelética, se puede llegar a comprender perfectamente lo que ocurrió, los tiros que tiene... En otros casos, sin embargo, aunque el cadáver sea mucho más reciente, puede estar tan degradado que no te permita averiguar casi nada.
–Mi hijo de 12 años quiere ser antropólogo forense. ¿Cree que debería asustarme?
–(Risas) No, en absoluto, a mí me parece que es bonito. Yo también pensaba así y era mi ilusión de pequeño, y dentro de la medicina, la medicina social, preventiva, la salud pública€ Cuando acabé la carrera de Medicina, me di cuenta de que era un espacio maravilloso, era como entrar en una juguetería y que te dijeran coge el juguete que quieras o ir a una cantera y que te dejaran picar donde quisieras. Hay ámbitos muy ocupados, pero a mí me pareció que yo podía jugar algún papel en la Medicina Forense, dentro de mi contexto, claro, que era Guipúzcoa, donde nadie quería ser médico forense porque estaba mal visto. A mí me parecía que era apasionante en lo personal y con una potencialidad muy grande en lo profesional, como así ha sido. ¿Quién me lo iba a decir a mí, cuando en el colegio de médicos me dijeron: ´Pero, ¿tú estás loco? ¿Cómo te vas a dedicar a esto?´. Y fíjate

domingo, 7 de octubre de 2012

El corazón de los vecinos

Recuperan en Villabasta de Valdavia dos fosas con represaliados de la guerra

07.10.12 - 12:20 -
Muchos fueron los sentimientos que este sábado se encontraron en el páramo de Las Quintanas, en Villabasta de Valdavia, donde los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica realizaron las catas para determinar la situación de dos fosas donde se podrían hallar los cuerpos de seis represaliados de la Guerra Civil española.
Seis fueron los hombres que murieron a manos «del régimen vencedor», según lo definió Bernardino, que ha ayudado a la asociación a localizar estas fosas, cuyos enterramientos fueron casi presenciados por su tío Andrés Rodríguez, que supo ubicar las fosas en el lugar exacto.
Pasadas las diez de la mañana, el arqueólogo encargado de las catas, Julio del Olmo, de la ARMH de Valladolid, indicó al palista dónde tenía que comenzar a hacer las trincheras para intentar encontrar los primeros restos de los cadáveres.
El propio Andrés fue quien advirtió a primera hora. «No hace falta que vayáis muy lejos, porque están en esta zona, incluso creo que los estamos pisando». No eran aún las once y media de la mañana cuando el arqueólogo comentó que el color de tierra que removía en ese momento no le gustaba, y el cazo de la pala sacaba a la luz los primeros huesos, mostrando los indicios de la primera fosa.
Tras examinarlo detenida y manualmente, fueron descubiertos los dos primeros cuerpos en la pequeña de las fosas, tal y como había explicado el sobrino de Andrés, Bernardino, que informó de la existencia de dos tumbas. «La primera está hecha en un terreno muy duro, y al tener que trabajar con pico y pala, tuvieron que excavar otra fosa, a unos tres metros», algo que también ya indicó Andrés.
Todos los presenten abrazaron a Andrés y le felicitaron por su buena memoria y su precisión, momento en el que se le encharcaron los ojos, presumiblemente por un gran cúmulo de sentimientos.
Lo más impresionante fue la localización, justo encima de la fosa, de un rosal silvestre y de un árbol cuya especie nadie conoce que sea de la zona, por lo que se presumió que alguien lo hubiese plantado allí como un homenaje a los fallecidos.
Después de un intenso trabajo, en el que la meticulosidad fue la mejor arma, se continuó despejando el terreno para intentar descubrir la segunda fosa, que debe contener los cuatro cadáveres restantes.
No sería hasta las cinco y diez de la tarde cuando extendiendo un montón de tierra para retirarlo, Rogelio, el palista, apagó el motor, se bajó y cogió de la tierra un hueso que enseñó al arqueólogo y al forense, Albano de Juan.
Se había descubierto la segunda fosa, aunque no se pudo verificar el número de personas enterradas allí, ya que la exhumación tendrá lugar la próxima semana.
La historia de estos seis hombres es triste y emotiva. Triste por el motivo de su muerte, como todas en una guerra, además de por la penuria que pasaron, por ser abandonados en una cuneta de la carretera que une Saldaña con Cervera de Pisuerga.
Triste, además, porque según cuenta Bernardino, cuando se les buscaron las identificaciones solo se la encontraron a uno, vestido de traje, que llevaba una cédula personal, a la que se le había arrancado el nombre. «Le habían eliminado su identidad», afirma, aunque puntualiza que «en una esquina ponía maestro de Mudá».
Serían los vecinos del pueblo de Villabasta los que, al estar en su terreno municipal y tras haberse inhibido las tres autoridades de la localidad –el cura, el alcalde y el juez de Paz, el primero de ellos prohibiendo enterrarles en el cementerio–, pudieron darles sepultura en las fosas que ellos mismos cavaron. Allí, según contaba ayer Bernardino, varios vecinos rezaron un responso. Pero más emotivo aún que la historia fue cuando todos los presentes se percataron de que sobre la fosa de los dos cuerpos crecía un rosal, y sobre la que contiene los otros cuatro cuerpos, un roble.
Cada uno tenía su propia historia, aunque menos se sabe de los cinco campesinos que del maestro que fuera de Mudá, del que se conoce hasta los últimos días que se le vio con vida.
Sería el cartero quien le diera un mensaje al maestro, que tenía seis hijos y que pasaba hambre, ya que tan solo era alimentado por la beneficencia de los padres de sus alumnos. Este mensaje era claro: que fuese a Santibáñez si quería cobrar, que allí le pagarían, «aunque yo que tú no iría, porque no me ha sonado bien», según relataban ayer algunos vecinos presentes en la exhumación. El maestro le haría caso, pero el hambre acuciaba y no le quedó más remedio que ir. Se calzó su mejor traje y sus mejores zapatos y acudió a cobrar. Sería ese momento el último que pasó con vida, según los testimonios.
Los campesinos, de los que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica tiene los nombres, provenían de la zona de Santibáñez y Cervera, teniendo como procedencia las poblaciones de Respenda y Villafría, entre otras.
Fue Fidel Franco, el padre de Bernardino, quien vería pasar un camión por Villabasta y le detuvo para preguntar por su carga. «Preguntó qué llevaban y le dijeron que soldados dormidos. Cuando levantó la lona, ya vio los charcos de sangre al lado de las cabezas», comentó Bernardino, explicando la vivencia de su padre, «por lo que ya pasaron muertos por Villabasta, no les mataron aquí».
Fue con trece años cuando Andrés Rodríguez pastoreaba por la zona y vio la tierra de los enterramientos removida. Fue muy duro para él, y aún lo recuerda con un nudo en la garganta. Pasó cuatro años como juez de paz y ocho como alcalde, donde tuvo la oportunidad de ver documentación, entre ella, cédulas personales. «Aún recuerdo cuando los pastores metíamos la cachava en el terreno y dábamos con los huesos», rememora Andrés, quien afirma que tiene ganas de que «se puedan llevar a un cementerio y por fin tengan el trato que se merecen».